"Oh vida,
No te alejes.
Yo sé no has comprendido
Con que sublime intensidad mi bien
Nos quisimos"
No te alejes.
Yo sé no has comprendido
Con que sublime intensidad mi bien
Nos quisimos"
“Yo me quedo en La Habana, o me hago tierra o me salvo”, le dijo a su primo Enrique Benítez Mora (El Conde Negro) [1]. Llegó en 1936 y se instaló definitivamente en 1940. Vagaba por bares y cantinas, en sitios lujosos no tenía cabida, dormía donde lo sorprendiera el cansancio, porque el “dormir como se debe” no iba con él: un bohemio y noctámbulo empedernido.
Residió en muchos lugares de La Habana, se ha documentado: Paula 111, Reparto Hornos, en Marianao; en la calle Oquendo 1056, entre Clavel y Santa Marta, y finalmente el Benny se instaló, en 1957, en La Cumbre, zona de San Miguel del Padrón, cerca del Ali Bar.
En San Miguel del Padrón, donde vivo, «lo real maravilloso» hace gala de presencia, espíritus de tradiciones que se rehúsan a desaparecer en extraña armonía con la modernidad. Aquí está el Conuco, donde El Benny saboreaba su pato en salsa que criaba en el patio, degustaba su ajiaco, tomaba refrescos de tamarindo -lo que más le gustaba, según sus allegados- y el rabo de buey “encendío”, con salsa de tomate y pimienta. Cuentan que preparaba un enigmático plato lucumí: yuca con harina de castilla, grasa y bolas de maní. Comía huevos pasados por agua a los que le añadía ajo y aceite para resistir su bebida preferida el ron Peralta, y no era adicto a la cerveza.
Convirtió el Ali Bar en su cuartel general, allí perdura su impronta. No quedó cantante de moda que no pasara por estos lares, solo para sentir el goce de compartir escenario con el mítico genio, ídolo del pueblo, de los humildes.
¿Qué tenemos en común? Somos despistados, no respetamos los horarios, nadie decide por nosotros, nos quedamos dormidos donde quiera, preferimos la noche, somos desprendidos, autodidactas, amamos la trova, nos gusta hacer lo que nos dé la gana.
No fue un santo, aunque se le venera, de lo que no hay dudas es que es de esas personas elegidas, aunque como todo ser humano recibió puntapiés y alabanzas. En el Ali Bar y el Conuco se siente e inspira el coraje de un hombre que no le temió a la vida, en palabras de Leo Brouwer: “Hizo lo que sintió y no lo que le convenía”.
[1] Recuerdos de Benny Moré en La Habana ( Rafael Lam, Granma, 26 de agosto de 2014)
Gratísimo, siempre muy grato el recuerdo "del Benny". Y algo, quizá cada vez menos, queda de ese embrujo -en franca analogía con el duende para el flamenco- en algunas calles de la Habana, de esas noches, de esas tonadas, de esas juergas, de ese clima, de esas atmósferas que parecieran haberse impregnado en algunos muros... y es esa fascinación la que amarra, ese lazo el que siempre incita a volver a recorrer esas calles, y esos tiempos. Felicidades.
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