Para Jordán, mi hermano, el de ojos verdes, lindos como esmeraldas.
Recuerdo el día en que me describiste a un amigo como un top model, en cambio a él le dijiste que yo era una bruja pero buena persona, fue en la fiesta en casa de Paola por el Capri. Tu estrategia no resultó, el quedó algo prendado sin embargo yo sin muchas vueltas le dije: no eres mi tipo. Pero algo bueno resultó terminamos en buenos amigos, aunque siempre nos sacamos trapos sucios, como una especie de ritual no escrito.
Karl Marx, teatro lleno, presentación de Antonio Gasalla en Cuba, llegamos tarde por culpa de Yohana, Juan Carlos y Soya. Teníamos platea, primera fila, entramos corriendo, de pronto escuchamos al actor: “¡Alto ahí!, estaba esperando por ustedes para comenzar” Risas, carcajadas y nosotros rojos como tomates.
Prado, pizas y mojitos. En realidad más mojitos que pizas, nos regañaron por la algarabía, pero estábamos felices porque habíamos cobrado el estipendio, el gran estipendio de estudiantes becados en la preparatoria de Siboney.
Recuerdo el brillo de tu mirada cuando te dije que mi pintor contemporáneo favorito era Arturo Cuencas, yo no sabía que era tu hermano. Me llevaste ese día a tu casa de 17 donde me di gusto con los originales, mi preferido: el de las gotas de agua que distorsionan la imagen.
Maelia y Ñico mis papis de Centro Habana, cuantas veces comimos los deliciosos espaguetis que solo tu viejita sabe cocinar. Ñico la bondad personificada, un hombre bueno, ¿qué digo bueno? bonachón, que siempre tenía tiempo para escuchar las travesuras de aquella alborotada tropa, que lo mismo se llevaba las propinas que se dejaban en La Carreta o se iba sin pagar en Coppelia: ¡Que pague el último! Ese que nunca era del grupo. (Hija si estás leyendo esto no imites a tu madre).
¿Te acuerdas de mi novio celoso, ese que conocí en tu casa? Los intentos que hizo por separarnos, pero nosotros ahí como el chicle. O de aquel otro que me citó a mí y a otra más en la misma fiesta. Bailabas conmigo para que todo fluyera natural sin grandes desastres sentimentales y así fue, terminaste cargando con las dos.
Me veo parada frente al barco que nos llevaría rumbo a Odessa, me quedé petrificada, no podía dar un paso, tu mano firme, serena, segura, haciéndome reír para que subiera sin darme cuenta. La ciudad de Estambul y la Catedral de Santa Sofía buscaste unos binoculares que le pediste a no sé quién y llegaste corriendo para que no me perdiera un detalle, porque viste angustia en mi cara y solo tú conocías de mi miopía congénita.
Guardo el libro de álgebra que me regalaste, me parece escuchar tus regaños por mi vagancia con la matemática, de todas maneras sabías que ni tú, ni Ernesto, ni yo estábamos hechos para las ciencias. Pero nosotros ahí, que sí que podemos hacerlo y lo hicimos.
Nuestro gusto compartido por el rock, pero no cualquier rock, el que nosotros considerábamos bueno y en realidad lo es, el tiempo nos dio la razón.
Después la separación, solo física, siempre vas conmigo como el chicle que somos. Ahí estuve cuando tu primer niño era pequeño y emprendí un viaje accidentado a Candelaria. Estuve con papi Ñico hasta el final, que no es final, no para mí.
Te vi en Florencia, caminabas conversando conmigo, hablábamos de esculturas, arquitectura, renacimiento, Dante, hablábamos de lo nuestro, del arte. Caminando despreocupados, sin pensar en nada más, lejos de los horarios como nos gusta estar.
Te amo, eres mi hermano mayor, el de ojos verdes, lindos como esmeraldas. No he cambiado, soy como soy, tu hermanita pequeña, indisciplinada, irreverente. Sigo sonriéndole a la vida, aunque mis días no sean buenos, sabes que puedo transfórmalos, ese es mi secreto. Si aquí estuvieras hoy me estarías regañando, ¡tengo que contarte tantas cosas!
Espero verte pronto, cuando se pueda en el parque de 17, ahí nos espera Lennon, para soñar, hablar sandeces y boberías o temas profundos, da igual mientras estemos juntos, “achiclados”.
PD: Le debo una visita a mi viejita de Centro Habana
Siempre creí que la memoria era un puñado de piedras multicolores arrojadas al azar dentro de una esfera de cristal; la mente son dos manos que hacen girar la esfera a contraluz y si el día amanece desgranado y gris, la esfera nos regala un cuadro lúgubre cuyo destino más certero es un desván siniestro que llamamos olvido. Otro día nos despierta el canto de un jilguero y corremos en pos de nuestra esfera, con el corazón desbocado, para verla brillar con los colores secretos del silencio. Hoy mi esfera ha girado en tus manos y su luz se ha roto doblemente entre mis lagrimas; mis dedos se crispan alrrededor de tus brazos y te gritan: ¡Para! ¡Detente! Intentemos la eternidad de este instante, tal vez jamás volvamos a tener tanta luz en la frágil oquedad de nuestras almas.
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