Si mi teléfono fuera inteligente, me diría: “no envíes ese
texto”. Me preguntaría: “¿Estás completamente seguro de esta idiotez?”
Mi gran conquista tecnológica borrará contactos cuando no
sean convenientes, agregará nuevos, de acuerdo a lo que supone que sean mis
preferencias. El corrector semántico cambiará las palabras, las frases o el
texto completo. O quizás, dependiendo de su configuración, cambiará el
destinatario con o sin mi consentimiento.
Lo elegiré por mi temperamento o él me elegirá a mí. Será mi
conciencia, mi gurú, mi psicoterapeuta, mi asesor, mi confidente. Todo será tan
aséptico, tan calculado, tan inteligente, tan perfecto y tan inerte.
¡Qué nada me aparte de las culpas, la esperanza, la fe, el
coraje, la incertidumbre, la ansiedad, la sorpresa, el error, la insensatez, la
locura, la distracción, el amor! Me niego a rechazar la oportunidad de sentir las perturbadoras
emociones que dejan huella en el paso por la vida. La esencia de la condición humana es
su maravillosa imperfección.
¡No cedas el control!